Las muertes posibles de Alexander Hernández

Las muertes posibles

Releer un libro es como reencontrarse con un viejo amigo y esta es la historia de lo que me sucedió al volver a leer “Las muertes posibles” de Alexander Hernández. A Alexander lo conocí en el 2021, por una casualidad en internet en medio de la pandemia, al cruzar algunos tweets acerca de los problemas a los que se enfrentan los autores para dar a conocer sus libros. Primero pude leer “Narciso entre las sábanas”, su primer antología de cuentos y posteriormente, gracias a Correos de México y la mala suerte de sus atrasos inesperados, pude leer en físico por primera vez: Las muertes posibles. En medio de la adversidad de no poder tener presentaciones presenciales, Las muertes posibles ese año llegaron a varios lugares.

Al tomar este libro, lo primero que llama la atención es la portada, obra de Enrique Metinides que muestra a Adela Legarreta Rivas, en aquel infortunado incidente, cuando iba rumbo a presentar su libro, por Avenida Chapultepec. Una desafortunada coincidencia.

Las muertes posibles consta de 12 cuentos que giran en torno a la muerte, en sus distintas formas, que a su vez te hacen replantearte el significado que cada uno le damos a la vida, desde los ojos con la que la vivimos, sabiendo que en cualquier momento podríamos dejar de estar delante de ella.

Desde un cuento dedicado a las desventajas de no ser bello, un mosco inoportuno que conduce al insomnio, un hereje desafortunado, un viaje en taxi en medio de una caótica ciudad, tan caótica como seguir la conversación, la sutileza poética de lo que nunca fue, mundos hechos de unos y ceros que se terminan. Hasta cuestionarse el valor de la existencia en un sueño febril. Todo esto compone las muertes posibles, cerrando con un último cuento, que se desenvuelve en sus posibilidades como una obra completa, que se siente como escuchar el cierre del Dark Side of the Moon.

Hoy le contaba a Alexander que al releer Las muertes posibles, subrayé otros detalles que dejé ir la primera vez, y volví a sentir, en el estómago lector, la profundidad de lo breve y bella que puede ser la vida. Lo grandioso de las coincidencias. Y efectivamente, reencontrarme con un gran amigo.

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